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La conquista de América (IV): Poor man, rich man

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Sobre las ruinas humeantes de lo que fue un imperio, una federación de tribus o una nación india, se alza triunfante la esforzada hueste española. Tras largos meses de sacrificios, penurias y sangrientas batallas, ha llegado el momento de repartir el anhelado botín. Gloria inmortal, honor y sobre todo, tierras sin fin y ríos de oro contante y sonante esperan a los conquistadores…o no.

Honor

Después de someter naciones y tribus enteras y conquistar enormes extensiones de tierra para la Corona, en algunos casos mayores que la propia metrópoli, el flamante capitán de la triunfante hueste podría esperar como mínimo un nombramiento como conde o marqués, después de semejante fazaña. Sin embargo, la Corona tenía otros planes, y sobre todo, buena memoria. La muy medieval y muy extendida práctica de recompensar hazañas militares con generosas concesiones de tierras y títulos durante toda la Reconquista, había plagado los reinos de Isabel y Fernando de poderosos nobles, y sus “Católicas Magestades” se las veían y deseaban para imponer su autoridad entre tanto magnate con privilegios, tierras, grandes redes de clientes, vasallos y ejércitos privados (lo que en la actualidad se conoce como derechos históricos de los pueblos, para entendernos). Así que no estaban muy dispuestos que digamos a repetir los errores del pasado. Por otra parte, la nobleza castellana no quería oír ni hablar de encumbrar a su misma posición a unos don nadie que total, por haber escabechado a unos cientos de miles de indios, se creían con derecho a codearse con ellos. Si al menos hubieran sido infieles…

Es fácil imaginar, pues, que quitando un par de marquesados, a Cortés y Pizarro, la Corona fuera bastante avara en lo que a hacer nobles se refiere. Eso sí, repartió una serie de ridículos títulos inventados para la ocasión que evidentemente no tenían más que el nombre, como Almirante del Perú y tonterías por el estilo. Pero como Isabel y Fernando no eran tontos precisamente, a pesar de lo que puedan indicar los retratos que se conservan de la parejita, y para evitar excesivos descontentos por aquellas nuevas tierras (que se tradujesen en rebeliones), concedió algunos regalitos envenenados, en forma de cargos públicos como el de Gobernador. Envenenado porque a algunos capitanes como Benalcázar no les debió hacer mucha gracia verse elevados a semejante puesto, teniendo en cuenta que el pobre era analfabeto, y que se convirtió en objeto de burla por parte de sus secretarios. Obviamente, el puesto fue provisional, hasta que llegaron de la Península los funcionarios enviados por la Corona, los famosos gachupines, y procedieron a arrinconarles.

Riqueza

Las mentes más pragmáticas y marxistas pensarán que esto de los títulos de nobleza es decadente y clasista, y se preguntarán qué ocurrió con lo que verdaderamente importa; las pelas. Pues descontado el quinto real y pagados los gastos de la expedición y las pérdidas sufridas, se contaba el botín y se dividía en partes, pagándose a cada uno su parte proporcional. Era este el triste momento en que los perplejos conquistadores comprobaban que la recompensa por pasarlas de todos los colores consistía en apenas unos cientos de pesos, que al cambio actual, si tenemos en cuenta la subida del euribor y el cambio euro-dólar, viene a ser equivalente más o menos a una birria. Como es lógico, estos escasos beneficios provocaban todo tipo de polémicas y peligrosas disputas; en la conquista de México, posiblemente la conquista más exitosa de la época, se pagaron 60 pesos por peón y 100 por caballero.

Al conocer la noticia, los hombres de Cortés se quejaron de una forma bastante curiosa, escribiendo versos satíricos en los muros de los templos de Tenochtitlán, acusando a su capitán de quedarse con el oro. Cortés, al leerlos, no tuvo otra ocurrencia que contestar vía grafitti también, convirtiéndose aquello en una especie de anacrónico “8 Millas” con señores barbudos en calzas y jubones. Después tomó medidas más prácticas, como seguir financiando expediciones, enviando a sus capitanes bien lejos de México, por si acaso.

Poder

Bien, por el momento, de gloria y oro el botín de la conquista anda un poco mustio, pero eso no es excesivo problema, ya que al menos aún queda aquello por lo que generaciones de españoles, desde Sancho el Mayor a las hermanas Izquierdo, ha matado, robado, mentido o extorsionado a lo largo de los siglos; la posesión de tierras (con indios incluidos, a poder ser).

El procedimiento era el siguiente: el capitán de la hueste, disponiendo de la merced de conceder repartimientos de tierras con indios, las parcelaba como le emanaba del escroto y las concedía a sus capitanes, amigos y hombres de más confianza. Las tierras puestas en cultivo tampoco eran tan abundantes como para que a todo el mundo le tocaran en número y tamaño suficiente, así que sólo unos pocos afortunados se convertían en encomenderos, y procedían a construirse una casa solariega, pasando a formar parte del origen de una nueva clase social; los criollos, que protagonizarán siglos después la independencia americana. Porque todo el mundo sabe que hay sólo dos o tres generaciones entre un Paquillo Vega, soldado de la hueste, y un respetable Don Francisco de la Vega, Marqués del Valle, patriarca familiar de la más rancia aristocracia criolla. Los que se quedaban sin tierra, que eran los más, se lo solían tomar a mal, por lo que el arbitrario reparto derivaba en agrias disputas, desatando en el Perú una sangrienta guerra civil entre conquistadores, almagristas y pizarristas, que convirtieron en amables anécdotas las de los soldados de Cortés.

…Y mojones como castillos.

Si les ha parecido triste la realidad de las huestes triunfadoras, imaginen por un momento el destino de las que fracasaron en su empeño, que fueron las más. Tras el éxito de Cortés en la conquista de México, Pánfilo de Narváez fletó una expedición a la Florida, más grande y mejor pertrechada que la de éste. Se esperaba que la conquista fuera aún mayor y más rentable el botín. Entre huracanes, indios, penurias y naufragios, sólo quedaron 5 hombres de los más de 600 que salieron de Sanlúcar de Barrameda, que además de no encontrar nada, las pasaron canutas para volver a Nueva España, siendo esclavos de los indios durante más de ocho años. El cochino azar es implacable, pero supongo que ir comandados por un tipo que se llama Pánfilo también influye. La conquista de Chile tampoco trajo a los españoles mucho más que sangre, lágrimas y mucho sudor, de tal forma que el lugar tomó fama de maldito.

Para la gran mayoría de los conquistadores supervivientes, pues, ya fuera un éxito o un fracaso la expedición, era muy complicado obtener la recompensa suficiente como para retirarse, así que una vez gastados en juego, vino o putas los pocos pesos que les correspondían, se hacinaban en las improvisadas ciudades de nueva fundación, vagando por ahí sin oficio ni beneficio. Semejante panorama no era nada tranquilizador para gobernadores y alcaldes, que trataban de quitarse de encima el excedente de curtidos y sobre todo armados veteranos, haciendo correr rumores de nuevas tierras con maravillosas riquezas para conquistar, y organizando la correspondiente capitulación. Así ocurrió en Santa María del Darién, primera ciudad española en América, que de 200 vecinos que podía mantener, se vio desbordada por más de 2.000 hombres que trajo Pedrarias Dávila consigo. O Santa Marta, desde la que salieron innumerables partidas de conquista, alcanzando y remontando el Orinoco o el Amazonas, lo que consiguió el entrañable psicópata vascuence Lope de Aguirre, tras declararle la guerra a Felipe II en una ibérica peripecia bastante gore. Así, el conquistador veterano entraba en un círculo vicioso del que escaparse con éxito requería de grandes dosis de valor, inteligencia y mucha, mucha suerte. La otra forma de escaparse era de todos conocida.

Grande Finale

En resumen, esta ha sido la historia verdadera de un grupo de hombres que perseguían mejorar su destino, y que sin proponérselo le dieron a España el mayor imperio colonial de la historia hasta la época industrial. Para ello protagonizaron una de las mayores aventuras, y a la vez uno de los mayores dramas de la historia, un verdadero choque de civilizaciones, a cambio del cual, la gran mayoría fue recompensada con dolor, sufrimiento y muerte. Gracias a estos anónimos, comenzó un proceso de aculturación que solamente se puede comparar con la romanización. 500 años después, la historiografía guarda silencio sobre la mayoría de ellos, cuando no trata de desacreditarlos, simplemente por el hecho de ser hombres, y por tanto, al igual que aquellos con quienes se encontraron, egoístas, heroicos, mezquinos, valientes, cobardes, crueles o generosos.

Abogado, experto en historia. Colabora con Jot Down.

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