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El mito de Esparta (II): El mundo a través de una boina

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¿Quién no conoce esta frase donde se conmina al varón lacedemonio a volver victorioso o muerto del campo de batalla? ¿Quién no se siente imbuido de espíritu guerrero y admirado por el valor sin límite de estas gentes? Lo cierto es que esta frase, que para un espartano supondría casi un discurso entero, proviene del griego antiguo “E tan, e epi tas“; literalmente “Con él o sobre él”, que es lo que se le decía al entregar al ciudadano-soldado su escudo, y que concuerda mucho mejor con la legendaria expresividad y riqueza léxica espartana. Porque Esparta está en Laconia, y todos sabemos lo que significa ser lacónico, ¿no? Y si no, ¿para qué está el diccionario de la RAE?

Estos ejemplos de sacrificio por la polis, de arrojo y amor sin igual por la patria, llevarían a cualquiera a pensar que Esparta tenía que ser una ciudad excepcional, el orgullo de sus habitantes, un lugar por el cual uno gustosamente se somete a la tan incomprensiblemente alabada agogé; una educación plagada de privaciones, entrenamiento militar, castigos físicos y sodomía masculina (sí, querido lector, sus sospechas sobre los chicos del rey Leónidas eran ciertas, otra cosa es que los espartanos no hablaran mucho de ello) para culminar en un matrimonio con una desconocida a la que se frecuenta únicamente para procrear espartanitos y una vida cuartelera consagrada al servicio militar. Y pensaría mal, puesto que Esparta, si bien políticamente hablando era una ciudad-estado griega tradicional con toda las letras, una polis como otra cualquiera en sus orígenes, por no ser no era ni ciudad. Esparta era un grupo de 5 aldeas “arrejuntás”. Ni grandes construcciones ni murallas, ni plan urbanístico ni nada. Mientras las principales polis de la época crecían, se desarrollaban y embellecían, Esparta se quedó en eso. Añádanle que el interior del Peloponeso viene a ser como el resto de la Grecia continental, una pesadilla montañosa con valles chiquitillos y tendrán una idea completa del cuadro. Para acabar de arreglarlo, prueben a buscar por ahí obras de arte, pensadores o escritores espartanos, a ver qué encuentran. O simplemente, espartanos famosos que destaquen por algo que no sea repartir estopa. El panorama cultural es desolador.

Bien, admitamos que igual Laconia no fuera la mejor tierra del mundo, ni su capital nada del otro jueves, pero…seguro que hay otros alicientes capaces de despertar el amor patrio, como demuestra la existencia de castellonenses orgullosos de serlo. Porque eso de la libertad e independencia de los espartanos, no sometidos a nadie, eso suena estupendamente. Por no hablar de la igualdad, aspiración milenaria del ser humano en sociedad.

Efectivamente, los ciudadanos de Esparta se llamaban a sí mismos los homoioi (Iguales), puesto que según su constitución, al alcanzar la edad adulta se les otorgaba una parcela de tierra cultivable del mismo tamaño que la de los demás, para que les sirviera de sustento. Lástima que en la práctica se obviase el pequeño, mínimo e intrascendente detalle de que no todo el mundo tiene el mismo número de hijos, lo cual causaba algunos problemas de herencias. Hay quien sostiene que para compensar esto, las tierras de un espartano muerto (en combate, claro) volvían al Estado, que las entregaba a otro, pero en ese caso hay que preguntarse de dónde carajo sacaban tanta parcela de tierra, y qué ocurría si se producía un baby-boom, porque este método tan curioso de igualar personas tiene el inconveniente de que limita el número de igualados. Se calcula que en sus mejores tiempos, el número de espartiatas (sí, otra palabreja culta para designar a nuestros amigos) no debía pasar de 7000 u 8000 varones hábiles para defender a la polis. En última instancia, no debemos descartar el peso del conocido efecto “mira, mira, Cleómenes, qué hermosas crecen las habas en el campo de Terámenes, y las nuestras qué pena dan, si es que no sirves para nada, ya me lo decía mi madre, con ese inútil no llegarás a nada…” como origen de desigualdades. Vamos, que la tan cacareada igualdad, como ya habrán adivinado, es un mito espartano.

A estas alturas, seguramente estén pensando que esto es una estafa. No sólo Esparta es un lugar no demasiado bonito, ni alegre, ni culturalmente muy animada, sino que los escasos espartanos libres no son tan iguales como parece. ¿Qué sentido tiene entonces dedicar una vida al oficio de las armas para esto? Es más, si los espartanos varones se pasaban la vida ejerciendo de ciudadanos-soldado en una especie de aldea-cuartel… ¿quién trabajaba allí?

Pues aquí hemos llegado al meollo del asunto. A los no ciudadanos. Los siervos de los espartanos. Los hilotas. Nuestros belicosos protagonistas no crecieron con el paisaje de Laconia, como los vascos, sino que provenían de tribus dorias que invadieron la región en tiempos de Maricastaña. De paso, esclavizaron a los grupos de población pre-doria o a otros dorios que encontraron allí instalados. Eran estas gentes, sin libertad ni derechos, los que entre otras tareas cultivaban las tierras de los espartanos (Uh-Ha!) y les dejaban el tiempo libre suficiente para ejercer sus derechos políticos y jugar a los soldaditos. Son estos hilotas la verdadera razón del desarrollo del militarismo espartano y su defensa acérrima de las “libertades” de sus ciudadanos. La población hilota era muy superior a la de sus dominadores, tendía a sublevarse de vez en cuando, y su sometimiento llevó muchos años, unas cuantas guerras y bastante sangre. Los espartanos eran conscientes de su inferioridad numérica, y su principal temor era una revuelta exitosa de los hilotas, que supondría el fin del sistema espartano. Así que desde tiempos antiguos, se dedicaron por entero al adiestramiento militar, alejándose del desarrollo “estándar” de las otras polis griegas y derivando en tan original y poco estimulante sociedad.

Esta es la pragmática, materialista y cochina realidad de tan gloriosos sacrificios bélicos. Sostener una sociedad agraria donde una elite guerrera aristocrática domina a una masa de población esclava…un ideal que trasladado al siglo XX se la puso como para partir almendras a…sí, a esos que está pensando. Alguno objetará que no es que Atenas fuese el paraíso de la libertad, y que todas las polis griegas constituían un sistema esclavista, y tendrá razón, so listillo, pero la cantidad y calidad de las marranadas que Esparta cometía con los hilotas no despertaban precisamente muchas simpatías en el resto de estados griegos, que ya se sabe que hasta para tratar a las mascotas hay límites.

Y una vez aguado el vino de la gloria y los grandes ideales, procederemos en la próxima entrega a examinar la trayectoria vital y el expediente militar real de esta superaldea de boinófilos con lanza y escudo.

Abogado, experto en historia. Colabora con Jot Down.

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