Cuadernos

Albert Tola: Miradas en torno a Pasolini

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Tenía desde antes de verano una charla pendiente con un enamorado de Pasolini. Otro humanista: Albert Tola. Guionista, profesor, dramaturgo y escritor. Una verdadera eminencia en la figura del maestro italiano desde que a finales de los noventa fuera a ver “Mamma Roma” en un diminuto cine berlinés sin entender ni los subtítulos en alemán ni el italiano. Se quedó trastornado con la poesía de sus imágenes.

Para tratar de adaptar contenido y forma, cuando me reúno con Albert, propongo ir a comer a un restaurante italiano. Acabamos en un wok buffet libre y mientras nos traen una infinidad de platos, Albert me confiesa que si hay un libro que le haya cambiado la vida ese es “Cartas luteranas”. En el, aflora de manera conmovedora todo el pensamiento poético de Pasolini al tiempo que aborda un análisis social lúcido al espíritu de nuestro tiempo. Son las cartas a partir de las cuales le mataron. Reivindica como nos dan muchas veces gato por liebre. Decir: esto es la izquierda cuando no es la izquierda, esto es comunismo cuando no es comunismo, esto es cultura cuando no es cultura, literatura y cine cuando no lo son. Estructura toda su teoría en torno a la idea de que el auténtico acto revolucionario es ir a las bibliotecas. La verdadera cultura como único modo de defenderse frente a una sociedad que tiene una ideología de falsos referentes.

“Cuando nació la era de la televisión, finalizó la era de la piedad”, afirmaba el máximo francotirador de las buenas costumbres y de lo establecido.

El postre. Y Albert no para de contarme cosas interesantes acerca de Pasolini. En el momento que sucede la revolución de la sociedad de consumo y el auge de los mass media, (“Todos nos convertimos en burgueses,” se dice en “Teorema”) Pasolini entra en crisis y preserva su nostalgia de lo sagrado a través del elitismo intelectual y hablando de la propia desaparición de lo sagrado. Genera películas que son auténticas torres de marfil, crípticas u opacas sino se conoce su pensamiento.

Albert me explica ese otro bastión de su corpus teórico: la nostalgia de lo sagrado. El sagrado es la pura alegría de vivir, todo lo que se opone a la civilización burguesa. “La palabra que prefiero en el mundo es bárbaro porque el bárbaro aun puede llorar”, confesaba. La idea de lo sagrado varía a lo largo de su obra, le da coherencia y rigor aunque en apariencia no la tenga. Tocó el neorrealismo pero santificando al subproletariado romano como algo puro aun relacionado con la espontaneidad vital. Hizo un audaz trabajo filológico adaptando los mecanismos de la tragedia al cine, adaptó desde su personalísima visión al marqués de Sade, los cuentos de Canterbury, las Mil y Una Noches… Cuando la palabra esperanza se borró de su vocabulario, rodó “Saló o los 120 días de Sodoma”.

De la mano de Albert repasamos su filmografía. La pregunta es sencilla: ¿qué destacarías de cada una de sus películas?

1961. Accattone: Es la obra de un pintor. De un escritor que pide ayuda humildemente para hacer cine. Tiene una concepción cinematográfica que se aproxima más a la pintura. Su tosquedad es emocionante.

1962. Mamma Roma: Me quedo con la escena de tango entre Mamma Roma y su hijo, el uso conmovedor de la música de Vivaldi y con Ana Magnani, por supuesto.

1963. Ro.Go.Pa.G. (fragmento La Ricotta): Es una gran pachanga sobre sí mismo, una especie de tutti fruti de todas sus películas… Tiene un discurso demoledor, una mirada cínica sobre su persona. Parece decirnos que él también puede ser un vendido, uno más. Es bastante llamativo que sea un episodio de una película colectiva y que el propio Orson Welles (como actor) se burle de Pasolini…

1964. El Evangelio según San Mateo: Preciosa… pero me aburre mortalmente. Tal vez sea el modo menos interesante y más obvio de acercarse a su idea de lo sagrado.

1966. Pajaritos y pajarracos: Es otro modo de acercarse a lo popular, grandes actores queridos por el pueblo a los que les dio una dimensión intelectual muy poderosa. Y de nuevo, un uso de la música magistral.

1967. Las brujas (fragmento La tierra vista desde la luna): ¡Pasolini inventa con esta película el kitsch!

1967. Edipo rey: El mejor intento que ha habido de traducir filológicamente los mecanismos de la tragedia al cine. Como trabajo de audacia intelectual es increíble.

1967. Teorema: Mi film favorito… habla de cómo dar la espalda al deseo y como la intimidad de nosotros mismos nos destruye cotidianamente sin darnos cuenta.

1968. Capriccio all’italiana (fragmento Che cosa sono le nuvole?): Una maravilla. Muy perturbadora porque se anuncia de alguna manera su muerte. Es una mezcla de Otello, el cuadro de “Las lanzas” de Velázquez y toda su síntesis intelectual… Disfrazada de ligereza. Consigue algo fresco y apabullante en tan solo veinte minutos.

1969. Medea: Destacaría la figura del Centauro, idea de lo arcaico, lo sabio y lo ancestral en nosotros… visto como una monstruosidad cuando es todo lo contrario.

1971. El Decamerón: Comienzo de la Trilogía de la Vida. La plenitud de lo sagrado, no visto desde la nostalgia.

1972. Los cuentos de Canterbury: Es lo mismo pero mas guarro…

1974. Las mil y una noches: Eróticamente es la mas conseguida, es un eros luminoso.

1975. Saló o los 120 días de Sodoma: Es la peli que tenía que hacer al final de su vida, cuando ya había tachado la palabra esperanza de su vocabulario… Mostrar la enfermedad, lo terrible… Es un canto desesperado.

¿Qué queda hoy en día del espíritu más iconoclasta que ha dado Europa? La nostalgia. El vacío. Y una invitación. Albert propone un itinerario sensual, una jornada de paseo por los lugares de Pasolini en Roma. Esta comenzaría por el Matadero, que aparece en muchos de sus poemas. Visita al cementerio acatólico donde se hayan las cenizas de  Gramsci y a los barrios de Testaccio y Pietralata, suburbios que hicieron de localización de “Mamma Roma” y donde se inscribe la novela “Una vida violenta”. Esta ruta terminaría con una cena en el restaurante cercano a la playa de Ostia donde murió y un brindis para uno de los poetas más lúcidos de nuestro tiempo  y sobre nuestro tiempo.

Miguel Blasco Marqués (Valencia, 1988). Lector ácrata e impenitente, cineasta jubilado, perfeccionista en las paellas, eterno diletante, fanático de los tacos mexicanos y de las tertulias que no conducen a nada. Trabaja como editor en Ediciones Contrabando.

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